El hermano de El Chapo y el viejo socio de ambos, El Mayo Zambada, están por cumplir 80 años. La edad, los achaques y la presión de las autoridades alimentan la incertidumbre sobre el futuro de la organización criminal.
Pasan los años, también para los viejos capos del cártel de Sinaloa. Ismael El Mayo Zambada y Aureliano Guzmán, El Guano, líderes de sus respectivas facciones, están por llegar a los 80. La DEA dijo hace unas semanas que Zambada está delicado de salud. En estos días, las autoridades mexicanas detuvieron en un pueblo de Durango al presunto jefe de seguridad de El Guano, hermano de El Chapo. Algunos medios especularon con que El Guano, por quien el Gobierno de Estados Unidos ofrece una recompensa de cinco millones de dólares, logró escapar a las montañas.
Si no fuera por las graves acusaciones que penden contra el mayor de los Guzmán, resultaría cómico imaginar a un octogenario huyendo de un puñado de militares, caminando por las brechas polvorientas del triángulo dorado, forajido hasta el final. Pero ahí están las acusaciones. En dos cargos distintos, el Departamento de Estado de EE UU acusa al Guano de traficar heroína, cocaína, fentanilo, metanfetamina y marihuana a aquel país. El Guano es uno de los objetivos más importantes de la organización de Sinaloa para el Gobierno de Joe Biden, solo superado por su sobrino mayor, Iván Archivaldo Guzmán.
Desde la tercera y última detención de Joaquín El Chapo Guzmán, en 2016 en Sinaloa, y su posterior extradición al norte del río Bravo, el cártel del Pacífico acumula pugnas y problemas. La caída de El Chapo vino seguida de la de su viejo colaborador, Dámaso López, y de su hijo, enfrentados a los descendientes de Guzmán, conocidos popularmente como Los Chapitos. El Gobierno capturó en enero de 2023 a uno de ellos, Ovidio, extraditado meses más tarde. A la caída de Ovidio siguió la detención de El Nini, jefe de seguridad de Los Chapitos, las noticias sobre el mal estado de salud de Zambada, y la detención del R8, lugarteniente de El Guano, esta semana.
Tal hilera de calamidades debería imponer tropiezos a la cadena de producción y distribución de los de Sinaloa, asunto que no queda nada claro. En su último informe sobre la amenaza del narcotráfico, divulgado este año, la DEA señala que el cártel de Sinaloa sigue siendo uno de los grupos criminales más violentos y que mayor cantidad de drogas diferentes trafica en el mundo. De cualquier manera, las frases del párrafo anterior muestran solo la superficie de problemas igual o más graves. Una serie de refriegas y batallas internas amenazan la unidad de la organización desde hace más de ocho años. Los Chapitos, comandados por Iván Archivaldo, tratan de expandir su dominio y control. Los viejos capos, por su lado, tratan de mantenerlo.
“Aureliano Guzmán siempre se consideró como el sucesor de El Chapo, por encima de sus hijos”, dice Eduardo Guerrero, director de Lantia Consultores, empresa que monitorea la evolución del crimen en México. “Es una rivalidad que lleva mucho tiempo, aproximadamente desde la detención de El Chapo, pero que se ha intensificado por varios incidentes, como enfrentamientos, conflictos por plazas, detenciones, etcétera. Un incidente que distanció mucho a Los Zambada de Los Guzmán fue la captura de El Ratón, por ejemplo”, señala Guerrero, en referencia a Ovidio Guzmán.
No está claro, sin embargo, qué papel juega El Guano, si es más cercano a una facción o a otra, o si, por el contrario, son todas lejanas entre sí ahora mismo. Si es verdad que el hermano de El Chapo andaba en Tamazula, en el Estado de Durango, donde fue detenido el R8, la lógica apunta a un distanciamiento de los Chapitos, fuertes en Culiacán. Guerrero defiende que “los Guanos, aunque integrantes del cártel de Sinaloa, son rivales en conflictos internos y ahorita están en desacuerdo con Los Zambada y los hijos del Chapo”.
En el mundo criminal, a veces no es tan importante la traición como la percepción de ser traicionado. Ante la imposibilidad de saber quién ha ordenado qué asesinato, los hampones actúan por intuición. Es lo que ocurrió desde mediados de 2015, cuando gatilleros asesinaron al medio hermano de El Chapo y El Guano, Ernesto Guzmán, en un poblado de Badiraguato, en las montañas de Sinaloa, cuna del clan. La prensa local señaló en la época que El Guano habría ordenado el asesinato, situación no confirmada.
Ese asesinato provocó la reacción del grupo delictivo con el que presuntamente trabajaba el medio hermano, heredero de la familia Beltrán Leyva, vieja aliada de El Chapo y luego enemiga acérrima. Entre diciembre de 2015 y junio siguiente, comandos armados de este grupo llegaron a Badiraguato, supuestamente en busca de El Guano. No lo encontraron, pero dejaron un reguero de muertos a su paso. Esa disputa se cruzaba con la huida de El Chapo, que se había fugado de prisión en julio de 2015 y andaba a salto de mata, y con las primeras hostilidades entre Los Chapitos y el grupo de Dámaso López.
El resto es historia. El Chapo cayó en Los Mochis en enero de 2016 y luego fue extraditado. Lo mismo pasó con López, cuyo hijo se entregó a las autoridades de Estados Unidos. La duda todos estos años apunta a las capacidades e inercias de cada una de las estructuras que orbitan bajo el paraguas de Sinaloa. Y las fricciones entre ellas. En su último reporte sobre la amenaza del tráfico de drogas, la DEA señalaba que Los Chapitos y los Zambada estaban en guerra, pero no decía nada de El Guano, que ponía al mismo nivel de los otros dos grupos.
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(El País).
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