El Aeropuerto Internacional Benito Juárez sufre una decadencia que viene de lejos. Este siglo no ha sido el suyo. Ni con la Terminal 2, de tiempos foxistas, inició una recuperación. Mas a la crónica de sus carencias ahora hay que agregar la abierta prepotencia y abuso de sus directivos.
El lunes la analista Denise Dresser denunció en redes sociales lo que a su juicio era un manejo ineficiente del flujo de pasajeros en inmigración. Nada original, por cierto.
“Dijeron que había que entregarle el control de los aeropuertos y la inmigración a las Fuerzas Armadas porque eran más eficientes”, comentó en su cuenta de X. “Dijeron que eran mejores administradores (…) Esta noche hay cientos de personas y sólo tres módulos de inmigración abiertos”.
Eso resume su mensaje. Horas más tarde, el AICM le respondió por la misma vía, pero no con argumentos, explicaciones o petición de más datos. Ni siquiera afirmando lo contrario. Lo que hizo, como se puede consultar en @AICM_mx, fue revelar los movimentos de Dresser en la terminal aérea.
Queriéndola exhibir como mentirosa y exagerada, el AICM se autoexhibió: la Marina está: o frustrada porque no puede con esa terminal, o empoderada y le importa no una queja de una usuaria sino mandar el mensaje de que quien critique será exhibido (cuando menos).
El país lleva años en la polarización y desde 2018 ésta se alimenta desde Palacio Nacional; por ello, frente a cuestionamientos lo más lógico es que los dependientes de Andrés Manuel imiten su habitual tono zafio e insensible.
No por nada hemos escuchado cómo tratan a la prensa los gobernadores (es un decir) de Veracruz o Sinaloa. Si el Presidente lo hace, por qué yo no, han de pensar (es otro decir). Tienen razón: lo raro es que no haya más expresiones de ésas.
Y sin embargo de vez en cuando el régimen cruza una línea que hay que denunciar más allá de las redes sociales. Porque la intimidación no fue para Dresser, fue para todos.
Las autoridades deben servir a los ciudadanos. Máxime si éstos además han pagado tarifas e impuestos para, precisamente, hacer uso de instalaciones administradas por empleados públicos. Y, qué duda cabe, la libertad de expresión no está limitada por, o al, usar una terminal aérea.
Lo anterior lo sabían hasta los peñistas, que resultaron un desastre corrupto a la hora de administrar el AICM. Nadie podrá decir que lo hacían mejor que los actuales, desde luego, ni tampoco olvidamos que en parte dejaron caer el Benito Juárez haciendo las cuentas alegres de Texcoco.
Nadie extraña a los peñistas. Pero qué delicado que los actuales no erradiquen el caos, las fallas estructurales, los cárteles de taxistas, maleteros y locatarios que venden el agua a precios de Dubái; ni las colas en migración y menos la inseguridad. Y con todos sus defectos, y a pesar de Pegasus, aquellos aguantaban la crítica –puntual o exagerada– con más entereza que la actual administración del aeropuerto.
Poner al Ejército y a la Marina a tener roce con usuarios y ciudadanos siempre fue una pésima idea. Sirven para emergencias y para guerras. No para calidad en el servicio ni debate democrático. La culpa original no es de ellos, aunque ahora disfruten dirigir negocios.
El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas es un pésimo ejemplo para sus subordinados, que ahora hasta usan cámaras del AICM no para detener a los criminales que ponen ojo en la terminal aérea a quienes han de robar pistola en mano a kilómetros de ahí, sino a quien osa criticar su mal servicio.
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