HERMOSILLO, Son.- En el Campo 30 del ejido Francisco I. Madero, municipio de Cajeme, el colectivo Guerreras Buscadoras localizó el pasado fin de semana 20 fosas clandestinas con al menos una treintena de cuerpos sin vida.
En el último mes y medio, en esa comunidad agrícola se han encontrado 39 cadáveres. Sólo uno fue hallado por la Fiscalía General de Justicia del estado, el pasado 1 de marzo. El resto, 38, fueron localizados por el colectivo, durante sus jornadas de trabajo del 30 de marzo y los días 13 y 14 de abril.
El penúltimo día de marzo encontraron un cuerpo en el mismo predio donde la Fiscalía había trabajado a principios de mes. Después de unas horas de búsqueda y un merecido descanso, los informes ciudadanos con los que cuentan las llevaron a internarse unos ocho kilómetros en el Campo 30, ese mezquital donde se hallaron los otros 37 cadáveres.
En el rastreo del pasado sábado 13, cuando las Guerreras Buscadoras descendieron de los automóviles que las transportaron hasta el predio mencionado, ya sabían que las bandas del crimen organizado habían convertido ese lugar en depósito clandestino de cadáveres, por la lejanía del casco urbano, la soledad predominante y la densa vegetación.
Al llegar al sitio, ataviadas en sus trajes de faena, tomaron sus herramientas, elevaron sus oraciones y ubicaron la primera fosa.
Una porción rectangular de tierra se había cuarteado, prueba inequívoca de una improvisada tumba, porque la compactación del suelo no corresponde al resto del camino que se abre paso entre los frondosos mezquites.
Tras el primer hallazgo, la búsqueda prosiguió imparable hasta el cuarto cuerpo. La fuerza las vencía, pero había mucha tierra que palear, lugares dónde buscar y voluntarios que organizar.
Todo indicaba que ese día sólo encontrarían tres restos humanos, pero la intuición de la líder, María Teresa Valadez, la hizo volver por una pala, sólo para no desatender la inquietud de cavar en el lugar donde casi se le dobla el tobillo.
Dio una última inspección al mezquital para no olvidar alguna herramienta u objeto de valor, mientras el resto de las rastreadoras habían subido ya al transporte.
María Teresa relató a Apro que cuando estaba a punto de declarar por terminado el rastreo, escuchó un grito que le erizó la piel. Volteó a ambos lados y a la distancia solo vio a un par de agentes estatales, a quienes les preguntó si se les ofrecía algo. Le respondieron que no, porque no habían pronunciado palabra desde hacía minutos.
Esta inexplicable señal la obligó a ir por la pala a la furgoneta donde se encontraba el resto de sus compañeras. No dijo nada y regresó al punto donde había escuchado ese misterioso grito y donde casi se dobla el tobillo debido a un hoyo.
Cuando dio el primer palazo al suelo ya estaba acompañada por otra madre de familia que notó su preocupación, y ambas hicieron la búsqueda. En la fosa encontraron los cuerpos de dos mujeres casi abrazadas, maniatadas, y en avanzado estado de descomposición. Primero se observaron los cráneos, después las vértebras cervicales y luego el resto de la osamenta.
Sus ropas estaban reducidas a harapos, la cabellera desarticulada del cuerpo y una bolsa plateada, con las pertenencias de una de las víctimas: desodorante, maquillaje y una cosmetiquera.
Desde este punto en adelante ya no pararon. A un lado otra fosa y más cuerpos. Siguieron avanzado en pequeños cuadrantes hasta completar la primera decena de cuerpos.
Llegaba el cansancio y la falta de fuerzas, pero nada las detenía en su camino, hasta lograr la segunda decena de cadáveres encontrados.
Las Guerreras Buscadoras ubicaban esos rectángulos de tierra cuarteada, excavaban unos centímetros y encontraban a una nueva víctima. Así llegaron a localizar 19 fosas y 27 cuerpos sin vida el sábado 13.
El domingo 14, con un poco de fuerzas recobradas, ubicaron una nueva fosa y tres cadáveres más.
Llegadas desde Hermosillo, Empalme, Guaymas y Cajeme, trabajaron intensamente desde el sábado, cuando arribaron, y para el domingo la jornada fue interminable. Sumaron un hallazgo más y dieron por terminada la búsqueda.
“Decidimos dejar las herramientas porque nosotros trabajamos con el olfato y el ambiente estaba tan contaminado que no quisimos arriesgar nuestra salud; era insoportable el olor de todas las fosas”, relató María Teresa.
Algunos de los restos humanos encontrados aún tenían tejido muscular y las frazadas con las que los envolvieron aún permanecía húmeda de sangre putrefacta.
El putrefacto aroma venció a las buscadoras y dejaron a la Fiscalía la difícil tarea de la identificación genética de los cuerpos.
Hasta mediados de abril, las Guerreras Buscadoras han recibido mil solicitudes de búsqueda de las ciudades de Navojoa, Esperanza, Bácum, Huatabampo, Hermosillo y el Poblado Miguel Alemán, Magdalena de Kino, Santa Ana, Nogales, Agua Prieta y Sahuaripa.
Entre esas más de mil solicitudes han creado 203 fichas de identificación, con datos del desaparecido, fotografía, denuncia ante el Ministerio Público del fuero común, números de teléfono de los familiares y datos del lugar donde se le vio la última vez.
En la región de Guaymas y Empalme son 120 fichas creadas, en Cajeme 48 y en Hermosillo 35. El resto de los solicitantes aún no cumplen con el requisito de interponer la denuncia ante la fiscalía.
La líder de las Guerreras Buscadoras, María Teresa Valadez, intenta localizar a su hermano Fernando, desaparecido el 11 de agosto de 2015. Desde enero de 2018 la mujer se inició en el rastreo de personas desaparecidas.
Con información de proceso
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