ENTERATE EL «CJNG» UTILIZA LAS REDES SOCIALES PARA «GANCHAR» JOVENES Y UTILIZARLOS COMO SICARIOS
Con engaños, jóvenes son reclutados vía Facebook y WhatsApp por el Cártel Jalisco Nueva Generación bajo la promesa de darles un empleo, para luego secuestrarlos y llevarlos a campamentos para entrenarlos como sicarios.
Una investigación de Quinto Elemento Lab, a cargo de Alejandra Guillén y Diego Petersen, pudo conocer el nombre de uno de los sobrevivientes, quien relató parte de su historia.
De acuerdo con Luis, a principios de 2017 él trabajaba en un centro de rehabilitación, pero como no le alcanzaba el salario y quería alejarse del ambiente de las adicciones, buscó un nuevo trabajo utilizando las redes sociales.En abril de ese año se unió a la página de Facebook Bolsa de Trabajo GDL y Trabajos Guadalajara. Por inbox lo conectaron para una oferta laboral: 4 mil pesos a la semana como guardia de seguridad. Luego contactó a la mujer que le envió el mensaje y ella le pidió que se comunicara con Mario, el supervisor en turno de la empresa.
Una semana después lo agregaron a un grupo de WhatsApp junto con otras 15 personas interesadas en el trabajo. Les pidieron acudir a un entrenamiento al municipio de Tala y les darían los 4 mil pesos por adelantado.Luis iba ilusionado. Cómo podría pensar que en su primer día de trabajo los meterían en casas de seguridad y luego los treparían a campamentos de la Sierra de Ahuisculco, pero no para matarlos, sino para entrenarlos y obligarlos a trabajar para el Cártel Jalisco Nueva Generación. Las familias de algunos de ellos los reportaron como desaparecidos, sin saber que estaban vivos en manos del crimen organizado.
Una de las personas que orquestaría tal artimaña es Hugo Gonzalo Mendoza Gaytán, «El Sapo» o «El 90», quien presuntamente es el segundo en el mando de Nemesio Oseguera ‘El Mencho’, quien es el líder del CJNG.
El testigo que logró huir de los campos de entrenamiento del CJNG señaló que pudo ver a «El Sapo» escoger a catorce personas para que fueran asesinadas después de pelear entre ellos.De acuerdo con el trabajo de investigación, la Fiscalía de Jalisco realizó operativos en julio de 2017 y encontró campamentos de entrenamiento. En uno de ellos detuvieron a 15 hombres, tres de los cuales tenían reporte de desaparición y pudieron comprobar que estaban retenidos contra su libertad.
Ellos tres fueron liberados y su testimonio quedó asentado en la carpeta de investigación 1611/2017, al igual que el de Luis.Gracias a su relato y a testimonios anónimos ahora sabe que a la sierra de Ahuisculco se llevaron a decenas de hombres de los valles de la región de Tequila, del Área Metropolitana de Guadalajara.
También de otros estados e incluso migrantes centroamericanos, y que la esclavitud y el trabajo forzado ha sido un modus operandi del Cártel Jalisco Nueva Generación para asegurar el funcionamiento de sus negocios.
«Al contactarme para el trabajo pregunté si todo era legal. ´Mira, si fuera ilegal no te mandábamos a entrenamiento para que puedas portar un arma. No te apures, todo será legal´. Le dije ´Oiga, pero ¿todo va a estar bien? Tengo a mi mamá enferma y necesito comunicación con ella´. Ahí fue cuando me dijo Mario que le caí a toda madre, que iba a llegar recomendado por él.
Agarré taxi al Periférico. A los 10 minutos llegó un carro. Me preguntaron si me llamaba Luis. Les dije que sí. Me subí y fuimos por otro muchacho, nos metimos a un lugar muy enredoso. Salió un güero con barba, pelo poco chinito, gordito, de ojos verdes, ahora sé que se llama Ignacio. Dos mujeres salieron a despedirlo, no se quitaron de la entrada hasta que nos fuimos.
Vi nervioso al chofer, fumaba un cigarro tras otro. Le hice plática y me dijo que tenía apenas una semana trabajando, pero que no le habían pagado viajes anteriores. Era el primero de mayo. Nos dejaron en la carretera y ahí llegó una pick up con otros tres muchachos que venían del Estado de México. Uno tenía ojo postizo, otro era delgado con pierna postiza y el tercero era gordito con un mechón de pelo que le salía de la frente.
El chofer era un gordo sucio que nos ordenó subirnos a la caja. En el camino supimos que los cinco habíamos estado en el Whatsapp un día anterior y habíamos sido contactados por medio de bolsas de trabajo a las que nos inscribimos en Facebook para el trabajo de escolta o guardia de seguridad por 4 mil a la semana. Era muy atractivo para mis necesidades.
«Nos cambiaron a otro carro. Dimos vuelta rumbo a Tala, nos metimos en una brecha y llegamos a una finca abandonada, con alambres de púas, palos de madera, había un hombre con cuerno de chivo que nos decía que siguiéramos hacia adentro. Observé que no había muebles, sólo personas en el piso, 38 amontonadas en el suelo. Fue cuando me di cuenta que me había metido en un problema porque no era normal eso.
Al entrar al cuarto nos ordenaron guardar silencio y sentarnos, diciéndonos que no podíamos ni ir al baño a menos que pidiéramos permiso. Éramos puras personas humildes y pobres, había gente que tenían cara de malandrines y otros que tenían cara de que no tenían nada que perder en la vida. Me di cuenta que había cruzado la línea de no regresar y que quizá pasaría algo malo, de hecho se percibía un olor extraño, se veía la mirada de tristeza y miseria en las personas».
En su relato, Luis describe que para sobrevivir hay que ganarse la confianza de los captores. Al final, el cártel decide matar a los que no se pliegan o no son útiles para sus propósitos.
«Yo reconozco a todos, fueron 14 en total, los sentaron en una choza frente a los dormitorios y les dijeron que no se movieran. A los demás nos sentaron en otra choza. Llegó una Cheyenne gris con placas de Estados Unidos y dos sujetos con pistolas tipo escuadra. Uno era El Greñas (muchacho de 20 ó 21, cara de niño, mano derecha de El Sapo) que les gritó a los que se querían ir: «A ver cabrones, pónganse a pelear todos contra todos», y comenzaron a hacerlo, el que cayera iba a morir. Al primero que cayó le decían La Jaina (chaparrito, 1.70, nariz grande, cara grande, güero, pelo por todos lados, indigente de Guadalajara) cayó noqueado de rodillas. Le dieron de balazos. Luego El Guachito, alto, narizón; cuando vio que le iban a tirar, gritó «¡nooo!» levantando las manos en señal de defensa. Le dieron dos balazos. Después Nopal, Toño, Chucho y El 18 abrieron fuego contra todos, entre ellos un ex policía
«Al último quedó un niño de 17 años con las manos metidas entre las piernas, cabeza agachada, meciéndose. Se acercaron a verlo porque quedó vivo. Le dijo El Pitayo: «Estos putos te dijeron que dijeras que te querías ir». Sacado de onda, respondió «ajá», y el muchacho pidió llorando «es que quiero ver a mi hermanita y mi mamá». Le dieron un balazo. Entre los muertos estaban Ignacio, que llegó conmigo el primer día, y Ernesto.
Al taquero también le dieron un balazo por la espalda, siendo entonces ya 15 muertos. A los que por miedo no manifestamos querer irnos nos hicieron llevar los cuerpos. Duramos hora y media porque había unos muy pesados, teníamos que arrastrarlos para echarlos a los elotes».
Echarlos a «los elotes» es incinerarlos: en una zona boscosa aprovechaban las zanjas que hacen en la tierra las corrientes de agua que bajan entre pinos y encinos durante el temporal de lluvia. Ahí, sobre la tierra rojiza, echaban leña, luego los cuerpos, apilados y partidos, para prenderles fuego con gasolina, hasta que sólo quedaban huesos quemados y objetos de metal como hebillas y botones de pantalón.
La investigación completa en 5 Elemento Lab
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