jueves, septiembre 19, 2024
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El Silencio del Terror en Sinaloa: La Guerra Interna del Cártel de Sinaloa Desangra al Estado

El sonido del miedo ha invadido Sinaloa. Las calles de Culiacán, que alguna vez fueron el bullicioso epicentro de una ciudad en movimiento, hoy permanecen desiertas, en un tenso silencio que parece interminable. La fractura del Cártel de Sinaloa ha desatado una guerra entre narcos que, desde hace una semana, tiene al estado sumido en una pesadilla sin final aparente. Mientras tanto, el gobierno estatal y federal insisten en que «no pasa nada», en un despliegue de cinismo que ya es característico de los tiempos que corren.

El detonante de esta crisis fue la entrega de Ismael «El Mayo» Zambada a las autoridades de Estados Unidos, un acto que, más que un golpe al crimen organizado, fue una explosión que sacudió los cimientos de una estructura ya de por sí frágil. Zambada, secuestrado el mes pasado por uno de los hijos de Joaquín «El Chapo» Guzmán, fue llevado a Nueva York, donde ahora comparte prisión con su compadre, el propio «Chapo», quien purga cadena perpetua. En su primera audiencia, el viernes pasado, Zambada se declaró «no culpable» de los cargos de tráfico de drogas que enfrenta.

Este evento fracturó el ya inestable equilibrio dentro del Cártel de Sinaloa. Los «Chapitos», hijos de «El Chapo», fueron inmediatamente atacados por las facciones leales a Zambada, iniciando un conflicto que ha transformado las calles de Sinaloa en campos de batalla. Desde el lunes 9 de septiembre, la violencia ha sido implacable, con Culiacán en el centro de la tormenta.

Culiacán: Ciudad Fantasma Bajo el Fuego Cruzado

Lo que una vez fue una vibrante capital es ahora una ciudad desierta. El miedo se ha instalado en cada esquina, con balaceras y enfrentamientos que obligan a los ciudadanos a recluirse en sus hogares. El Día del Grito, una fecha tradicionalmente llena de celebración, fue marcado por el horror de 14 asesinatos, mientras que la vida cotidiana se ha visto interrumpida por narcobloqueos, secuestros y robo de vehículos.

El Ejército ha sido desplegado en la región, pero su presencia parece insuficiente para frenar el caos. La narcoviolencia ha cobrado la vida de al menos 30 personas y dejado una docena de heridos en solo siete días, según cifras oficiales. A pesar de ello, las autoridades, tanto a nivel estatal como federal, siguen minimizando la gravedad de la situación.

El Cinismo del Poder: “Viva la Cuarta Transformación”

El gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, ha sido criticado por su inacción ante la crisis. Aunque se cancelaron los festejos masivos por el Grito de Independencia, Rocha no dejó pasar la oportunidad de aparecer en el balcón del Palacio de Gobierno el 15 de septiembre. Frente a una plaza semivacía debido al «toque de queda» no oficial que impera en Culiacán, gritó con fervor: “¡Viva la Cuarta Transformación, viva el presidente Andrés Manuel López Obrador, viva México, viva Sinaloa!”. Las palabras resonaron en el aire vacío, desconectadas de la realidad sangrienta que vive el estado.

Mientras tanto, la vida en Culiacán sigue paralizada. Las clases han sido suspendidas, los comercios cerrados, y la incertidumbre se ha apoderado de la población. En un intento de justificar la falta de resultados, el general Jesús Leana Ojeda, comandante de la III Región Militar, declaró que la responsabilidad de frenar la violencia no recae en el gobierno, sino en los propios grupos criminales. «No depende de nosotros, depende de ellos», afirmó con una pasmosa frialdad.

Un Estado Fallido

Sinaloa, tierra gobernada por Morena, se ha convertido en el epicentro de la narcoviolencia en México. La guerra entre las facciones del Cártel de Sinaloa ha evidenciado la fragilidad del estado, que parece estar al borde del colapso. Los asesinatos, secuestros y balaceras son el pan de cada día, mientras que el gobierno opta por un discurso de negación.

Lo que estamos presenciando en Sinaloa no es solo la lucha entre dos facciones del crimen organizado, sino el síntoma de un estado fallido, incapaz de proteger a su ciudadanía y atrapado en una guerra que, en lugar de enfrentarse con contundencia, se permite avanzar con la complicidad del silencio.

El horror sigue tomando el control de la vida cotidiana, mientras las promesas de transformación y paz se disuelven en el eco de los disparos.


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